Elden Ring Nightreign | Análisis (PC)

(8/10) ALTAMENTE RECOMENDADO

No era fácil imaginar cómo podía continuar Elden Ring sin repetirse, sin encallar en su propio legado. Y sin embargo, Nightreign llega como una especie de experimento jugable: no es una expansión clásica, no es una secuela directa, y tampoco se comporta como un DLC convencional. Es FromSoftware jugando con fuego: sacando piezas de su obra maestra, triturándolas en una licuadora junto a mecánicas roguelite, multijugador forzado y la idea —bastante suicida— de condensar toda la experiencia Soulslike en sesiones de 40 minutos. Lo más increíble es que, cuando funciona, roza la genialidad.

Gracias a Bandai Namco por el código para prensa usado en la realización de este análisis.

Desde el primer segundo queda claro que esto no es Elden Ring tal como lo recordamos. Nightreign se despoja de la libertad infinita y la exploración contemplativa para sustituirla por un ritmo frenético que no da tregua. El mundo de Limveld —una versión alterna de Limgrave— se convierte en el tablero de un juego multijugador a contrarreloj. Hay que correr, matar, saquear y sobrevivir, todo mientras una niebla azul devora el mapa como si Battle Royale hubiera invadido las Tierras Intermedias. Es un giro radical que no agradará a todos, pero que resulta fascinante en su osadía.

Lo primero que salta a la vista es su estructura. Cada partida se divide en tres “días”, y cada día concluye con un jefe. Dos de ellos son aleatorios, el último es un Señor de la Noche, elegido al comenzar. Durante el tiempo limitado de cada jornada, tienes que optimizar rutas, equiparte, subir de nivel y prepararte para el combate. Y aquí entra uno de los grandes aciertos: todo lo que haces tiene peso. El farmeo no es decorativo, sino fundamental. Las decisiones rápidas pueden marcar la diferencia entre una victoria heroica o una humillación tras 45 minutos de partida.

Donde Nightreign brilla de verdad es en su diseño cooperativo. Está pensado para tres jugadores, punto. En solitario, es un suplicio. El daño de los enemigos no cambia lo suficiente, la falta de reanimaciones castiga en exceso, y algunos jefes directamente no están equilibrados para enfrentarse a ellos solo. ¿Se puede jugar solo? Técnicamente sí. ¿Es disfrutable? Solo si eres masoquista profesional. Este título, más que nunca, exige aliados, y preferiblemente amigos. En dúo o con emparejamiento aleatorio la experiencia se degrada; la sinergia y la comunicación son claves, y no hay chat de voz integrado. Un pecado mortal en un juego que vive del trabajo en equipo.

Las ocho clases jugables, llamadas Nightfarers, son más que arquetipos: cada una tiene pasivas, habilidades y artes definitivas que redefinen el combate. Desde el Recluso con su hechicería reciclable, hasta el Ejecutor con su parada estilo Sekiro, hay una profundidad inesperada en cómo se entrelazan las mecánicas. Lo interesante es cómo estas habilidades interactúan. Un ejemplo: el Raiders puede invocar una lápida que sirve como cobertura y amplificador de daño, y si tu compañera Duchess activa su poder justo después, el efecto se duplica. Estas combinaciones crean momentos de coordinación que parecen sacados de un MMO bien orquestado.

El combate, como era de esperar viniendo de FromSoftware, sigue siendo un espectáculo. Los Señores de la Noche son, sin exagerar, algunas de las mejores criaturas diseñadas por el estudio. Tienen patrones complejos, fases impredecibles, ataques que requieren interrupciones precisas y mecánicas grupales que te obligan a trabajar en equipo. Uno de ellos, el Fisura en la Niebla, es una sinfonía de desesperación: niebla que fragmenta la visión, invocaciones espectrales, y un ataque final que te arrastra a otro plano. Si no estás sincronizado con tu grupo, te hace trizas.

Ahora bien, Nightreign también tiene defectos muy serios. El más sangrante: no tiene juego cruzado. En pleno 2025, exigir que los tres jugadores estén en la misma plataforma y compren un juego de 40 dólares es una limitación absurda. Peor aún, si alguien abandona una partida, no puedes sustituirlo ni reiniciar. Y si estás haciendo una Remembranza —las misiones de historia específicas de cada personaje— solo uno del grupo puede progresar por sesión. Esto convierte una gran parte del contenido en una pesadilla logística si no tienes dos amigos comprometidos.

El mapa de Limveld, aunque se recicla visualmente de Elden Ring, logra sorprender gracias a los eventos dinámicos. La Marea Nocturna, la expansión volcánica, los cambios radicales tras vencer ciertos jefes… Todo esto da una sensación de mundo cambiante que recuerda a los mejores momentos de The Division 2 o Escape from Tarkov. Sumado a la generación semialeatoria de enemigos y recompensas, cada run se siente diferente. El problema es que, con el tiempo, aprendes los patrones. Y lo que al principio era descubrimiento puro, se convierte en eficiencia robótica.

La progresión a través de reliquias es otro acierto… con reservas. Es divertido desbloquear mejoras persistentes que te dan ventaja, pero la aleatoriedad juega en tu contra. Puedes completar cinco runs sin que te salga ni una mejora útil para tu clase favorita. La tienda de reliquias sirve de consuelo, pero es limitada. Hace falta más control sobre el RNG. Es frustrante tener que desechar el 80% de lo que obtienes solo porque no se ajusta a tu estilo.

Tampoco ayuda que el sistema de saltos y escalada sea tosco. No es raro que falles tres veces intentando subir una cornisa que parece alcanzable. Y cuando la Marea Nocturna te pisa los talones, esa fricción te hace morder el polvo sin contemplaciones. No arruina el juego, pero sí estropea momentos clave. En un título donde la movilidad importa tanto, esto duele más de lo que debería.

Desde lo visual, Nightreign es un regalo. Los escenarios que se deforman con cada combate, los efectos climáticos, los fondos celestiales y los jefes titánicos hacen que cada encuentro sea memorable. La dirección artística se luce, y no por exceso de partículas, sino por una sensibilidad estética que sabe dónde colocar la épica. Y la música, aunque menos ambiental que en Elden Ring, acompaña con fuerza cada duelo, elevando la tensión hasta hacerla insoportable.

Pero si algo me ha sorprendido, es su metanarrativa. Nightreign habla sobre unión. Sobre enfrentar la oscuridad con aliados que no conoces, pero aprendes a respetar. Es un juego que, en sus mejores momentos, transforma la cooperación en épica. No es solo derrotar a jefes: es revivir a ese francés desconocido que te salvó tres veces, es buscar reliquias para tu compañero porque sabes que lo necesita, es morir juntos y volver a intentarlo. En ese sentido, Nightreign se siente como una carta de amor a la comunidad Souls.

En resumen, Elden Ring Nightreign es una anomalía. Una apuesta arriesgada, valiente y, en muchos aspectos, brillante. Tiene fallos importantes: falta de comunicación integrada, diseño poco amigable para solitarios, mecánicas duras que castigan errores leves. Pero cuando todo encaja, cuando tienes un equipo comprometido, buena sinergia y una run fluida… se convierte en uno de los cooperativos más emocionantes de los últimos años.

CONCLUSIÓN

Elden Ring Nightreign está disponible en PC a través de Steam, en PlayStation 4|5, Xbox One y Xbox Series X|S. Puedes ver el tráiler de lanzamiento a continuación.