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Beetlejuice Beetlejuice | Análisis

(7/10) RECOMENDADO

La tan esperada secuela de Beetlejuice llega 36 años después del clásico de culto de 1988, un film que definió el estilo excéntrico de Tim Burton y consagró a Michael Keaton como el caótico y entrañable Betelgeuse. Sin embargo, pese a las altas expectativas y la promesa de un retorno a ese imaginario oscuro y juguetón que caracterizó al Burton de antaño, Beetlejuice Beetlejuice se siente como una oportunidad perdida. La película, que intenta replicar la magia de la original mientras introduce nuevos elementos, tropieza en su ejecución, quedando atrapada entre la nostalgia y una trama desorganizada que rara vez encuentra su ritmo.

Uno de los primeros problemas que enfrenta Beetlejuice Beetlejuice es su insistente dependencia en los elementos más memorables del film de 1988. En lugar de construir una narrativa fresca que expanda el universo del personaje, Burton parece más interesado en reciclar gags, escenarios y personajes que ya vimos antes. Los gusanos de arena, la sala de espera del más allá, las grotescas deformidades y los trucos visuales que en su momento resultaron ingeniosos, aquí parecen forzados, como si la película tratara de convencernos de que revivir estos elementos es suficiente para sostener una secuela. El resultado es una sensación de déjà vu, pero sin la frescura y espontaneidad que hicieron de la original un clásico.

El retorno de Michael Keaton como Betelgeuse es, sin duda, uno de los puntos altos del film, pero incluso su desempeño se ve afectado por una caracterización que no logra aprovechar al máximo el potencial del personaje. Keaton sigue siendo tan carismático y enérgico como lo recordamos, pero el guion no le da suficiente material para brillar. En la original, cada aparición de Betelgeuse era un torbellino de energía caótica, que desestabilizaba la narrativa en el mejor sentido posible. Aquí, en cambio, su presencia se siente más diluida, como si el demonio desvergonzado y subversivo hubiera sido domesticado. La anarquía que definía al personaje se ve reemplazada por un humor más predecible y frases ingeniosas que rara vez alcanzan el impacto de antaño.

Winona Ryder, quien regresa como una Lydia Deetz ahora adulta, también se enfrenta a un personaje que parece haber perdido gran parte de su esencia. En la película original, Lydia era una adolescente sombría y melancólica, pero profundamente auténtica en su excentricidad. Ahora, convertida en una mediadora psíquica y presentadora de un reality show paranormal, la nueva Lydia parece desdibujada y contradictoria, como si la evolución natural de su personaje hubiera sido sacrificada en favor de un guion que no sabe qué hacer con ella. Ryder hace lo que puede con el material que se le da, pero la conexión emocional que estableció con el público en 1988 se siente más distante aquí.

Jenna Ortega, por su parte, asume el rol de Astrid, la hija de Lydia, y si bien su actuación es competente, su personaje carece del desarrollo necesario para volverse memorable. Astrid es presentada como una adolescente rebelde y desconectada de su madre, pero el guion no explora en profundidad esa dinámica, lo que resulta en un conflicto familiar que se siente superficial y poco convincente. Ortega, quien ha demostrado ser una intérprete con talento para personajes oscuros y complejos, parece atrapada en una trama que no le permite desplegar todo su potencial, quedándose a medio camino entre una figura gótica y un cliché adolescente.

Uno de los aspectos más problemáticos de Beetlejuice Beetlejuice es su estructura narrativa. La película está sobrecargada de subtramas que nunca llegan a desarrollarse de manera cohesiva. Desde la muerte del patriarca de la familia Deetz hasta la relación rota entre Lydia y Astrid, pasando por la introducción de personajes como Delores, la exesposa de Betelgeuse (interpretada por Monica Bellucci), y Wolf Jackson, un policía de ultratumba (Willem Dafoe), la historia salta de un punto a otro sin detenerse lo suficiente en ninguno de ellos. Esto genera una desconexión emocional y narrativa, haciendo que el espectador se pierda en un mar de eventos que no llegan a ningún puerto claro.

Visualmente, Burton sigue siendo un maestro del diseño de producción. Los escenarios están llenos de detalles góticos y referencias a su propio estilo visual, con esos toques de stop-motion que recuerdan a su colaboración con Henry Selick en The Nightmare Before Christmas. Sin embargo, la película carece del alma que solía acompañar a estos elementos. La estética, aunque impresionante en algunos momentos, no es suficiente para compensar la falta de cohesión narrativa y emocional. A diferencia de la primera película, donde el diseño visual estaba al servicio de una historia bien contada, aquí parece ser lo único que sostiene la atención del público.

El humor, otro de los pilares del film original, también sufre en esta secuela. Mientras que Beetlejuice se caracterizaba por un sentido del humor oscuro y subversivo, lleno de comentarios mordaces y situaciones absurdas que funcionaban gracias a su timing perfecto, en Beetlejuice Beetlejuice el humor parece más forzado y menos efectivo. Los intentos de replicar momentos icónicos, como la famosa escena del «Banana Boat Song» de Harry Belafonte, resultan en intentos fallidos de capturar la magia de la original, sin aportar nada nuevo que justifique su inclusión.

A pesar de sus numerosos defectos, Beetlejuice Beetlejuice no es un completo desastre. Hay destellos de brillantez en algunos momentos, especialmente cuando Burton permite que la película abrace su rareza sin restricciones. La secuencia animada en stop-motion y ciertos efectos prácticos recuerdan la capacidad del director para crear mundos visuales fascinantes. Pero estos momentos son demasiado escasos y dispersos para elevar la película a algo más que una secuela funcional, que parece más interesada en capitalizar la nostalgia que en ofrecer algo realmente nuevo o emocionante.

CONCLUSIÓN

Beetlejuice Beetlejuice llega a los cines peruanos el jueves 5 de septiembre. Puedes ver el tráiler a continuación.

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