(7.5/10) RECOMENDADA
Robert Eggers, conocido por su obsesión meticulosa con la autenticidad histórica y la construcción de atmósferas únicas, se enfrenta a uno de los desafíos más grandes de su carrera con Nosferatu, una reimaginación del icónico filme de F.W. Murnau. La cinta, aunque visualmente deslumbrante y cargada de intenciones artísticas, tropieza en aspectos fundamentales que impiden que alcance el impacto emocional y narrativo que el material original, y el mito del vampiro, demandan. Eggers intenta modernizar la clásica historia mientras rinde homenaje al expresionismo alemán, pero en este intento, el resultado final queda atrapado entre la reverencia y la reinvención fallida.
Desde su primera escena, Nosferatu deja en claro que la cinematografía es su mayor fortaleza. Jarin Blaschke, colaborador frecuente de Eggers, entrega un trabajo de una belleza innegable, evocando la textura de las pinturas flamencas y el claroscuro de los maestros del Barroco. Cada cuadro parece una obra de arte cuidadosamente compuesta, con un uso magistral de la luz y la sombra que remite al legado visual del Nosferatu de 1922. Sin embargo, esta belleza formal se convierte en un arma de doble filo: la perfección técnica absorbe tanto la atención que deja poco espacio para que la narrativa y los personajes respiren.
Uno de los puntos más debatibles de la película es su reinterpretación del Conde Orlok, interpretado aquí por Bill Skarsgård. Skarsgård, quien demostró su talento como el escalofriante Pennywise en It, está enterrado bajo capas de maquillaje y prótesis que lo transforman en una figura que, aunque impactante, carece de la iconicidad del diseño original de Max Schreck. El nuevo Orlok, con un aspecto más peludo y menos amenazante, pierde gran parte de la intimidación y el aura sobrenatural que definieron al personaje en el cine mudo. La intención de Eggers de actualizar su apariencia para una nueva generación resulta una oportunidad desaprovechada: Orlok parece más un vagabundo enfermo que una fuerza oscura e imparable.
El elenco también es una fuente de frustración. Nicholas Hoult como Thomas Hutter y Lily-Rose Depp como Ellen entregan actuaciones que oscilan entre lo melodramático y lo inexpresivo. Hoult, a pesar de su carisma natural, no logra infundir a su personaje con la ingenuidad y el horror necesarios para hacerlo memorable. Por su parte, Depp, cuya belleza etérea parece ideal para el papel, ofrece una interpretación plana que no transmite ni el terror ni el conflicto interno que su personaje requiere. Los secundarios, interpretados por Aaron Taylor-Johnson y Emma Corrin, también sufren de un guion que privilegia el estilo sobre el contenido.
Eggers es conocido por su habilidad para recrear mundos inmersivos, y en este aspecto, Nosferatu no decepciona. Los escenarios, el vestuario y el diseño de producción son excepcionales, transportando al espectador a una versión fantasmagórica y decadente de la Europa del siglo XIX. Cada detalle, desde los muebles hasta los textiles, parece haber sido cuidadosamente seleccionado para evocar la sensación de una época perdida. Sin embargo, esta atención al detalle no se traduce en una atmósfera verdaderamente escalofriante. La película se siente más como un museo viviente que como un descenso a lo macabro.
El ritmo de la película también plantea problemas significativos. Aunque Eggers es conocido por su narración deliberada y su construcción de tensión lenta, en Nosferatu esto se convierte en un obstáculo. Las escenas se alargan innecesariamente, diluyendo la tensión y haciendo que el horror se sienta distante. A diferencia de La Bruja o El Faro, donde la paciencia del espectador es recompensada con clímax impactantes, aquí el suspense nunca alcanza su punto de ebullición.
La narrativa también sufre de inconsistencias tonales. Eggers intenta enriquecer la historia original con elementos adicionales, como una relación previa entre Ellen y Orlok, pero estas adiciones carecen de la sutileza y la profundidad necesarias para justificar su inclusión. En lugar de aportar al mito, estas subtramas distraen y complican una historia que funcionaba precisamente por su simplicidad.
En cuanto al guion, Eggers opta por un lenguaje adornado que busca emular el estilo de la literatura gótica. Aunque esta decisión es fiel al tono de la época, muchas líneas se sienten artificiales y fuera de lugar, especialmente cuando son entregadas por actores que luchan por hacerlas creíbles. Esto crea una desconexión entre los personajes y el público, disminuyendo el impacto emocional de sus interacciones.
La música y el diseño de sonido, por otro lado, son aspectos más destacados. Eggers utiliza una banda sonora ominosa y minimalista que complementa las imágenes, creando una sensación de malestar constante. Sin embargo, incluso aquí, la dependencia de sustos auditivos y efectos de sonido amplificados puede sentirse como un recurso barato en una película que aspira a ser una obra de arte elevada.
Uno de los elementos más debatibles es cómo la película aborda la figura del vampiro como metáfora. Mientras que el Nosferatu original exploraba temas de depredación sexual y contagio, Eggers parece indeciso sobre qué quiere decir con su versión. La película introduce elementos de adoración satánica y ratas portadoras de plagas, pero estos temas se sienten superficiales y poco desarrollados, diluyendo el impacto simbólico del vampiro.
A pesar de sus defectos, Nosferatu tiene momentos de verdadera inspiración. Las escenas en el castillo de Orlok, en particular, destacan por su atmósfera opresiva y su dirección artística impecable. En estos momentos, Eggers muestra destellos de lo que podría haber sido una obra maestra, pero estos destellos son demasiado fugaces para redimir la experiencia completa.
En última instancia, Nosferatu de Robert Eggers es un experimento fascinante que fracasa en cumplir con sus ambiciones. Es una película que prioriza la estética sobre la sustancia, y aunque esto puede ser suficiente para algunos, deja a muchos otros deseando más. Eggers es un cineasta con una visión única y un talento innegable, pero aquí parece haber sido traicionado por su propia obsesión por los detalles y su falta de enfoque narrativo. En el vasto panteón de adaptaciones vampíricas, esta versión de Nosferatu es una curiosidad visual que carece del mordisco necesario para ser verdaderamente inolvidable.
CONCLUSIÓN
Con Nosferatu, Robert Eggers pinta un lienzo visualmente deslumbrante que homenajea al cine expresionista con maestría, pero la brillantez estética se desvanece ante un ritmo letárgico, actuaciones deslucidas y una narrativa que muerde menos de lo que promete; un espectáculo de sombras que impresiona, pero no aterra.
Nosferatu llega a los cines el próximo miércoles 1 de enero. Puedes ver el tráiler a continuación.