(8.5/10) ALTAMENTE RECOMENDADO
Desde el momento en que Un completo desconocido comienza, es evidente que James Mangold no está interesado en seguir el camino tradicional de los biopics musicales. En lugar de ofrecer un recuento convencional de la vida de Bob Dylan, el director nos sumerge en un periodo muy específico de su historia: su transición de la música folk al rock eléctrico y el caos que esa decisión desató en su carrera. En una industria donde los biopics suelen ser demasiado reverenciales o seguir la misma estructura predecible de «ascenso, caída y redención», esta película se siente como un intento por capturar algo más elusivo: el espíritu de un momento, más que el simple recuento de los hechos. Y aunque no siempre lo logra con la intensidad que uno desearía, la película sí consigue ofrecer una visión matizada de un artista en plena metamorfosis.
Timothée Chalamet, en el papel de Dylan, tenía una tarea monumental por delante. No se trata solo de imitar la voz nasal característica del músico ni de replicar sus gestos en el escenario, sino de transmitir esa aura críptica, casi impenetrable, que siempre ha definido al artista. Y aunque en algunas escenas se siente como si estuviera «interpretando» demasiado, hay momentos en los que logra captar la esencia de Dylan con una naturalidad sorprendente. Su actuación es más efectiva cuando se deja llevar por la energía del personaje, en lugar de intentar replicarlo con exactitud milimétrica. No es la encarnación definitiva de Dylan, pero sí una interpretación lo suficientemente magnética como para sostener la película.
Lo que realmente distingue a Un completo desconocido es su enfoque narrativo. Mangold y su equipo de guionistas eligen no seguir una estructura lineal, sino construir la historia a partir de momentos, entrevistas y presentaciones que muestran distintas facetas de Dylan. Este enfoque evita la sensación de «checklist» que suele plagar este tipo de producciones, pero también hace que la película a veces se sienta fragmentada. Algunas transiciones entre escenas no son del todo fluidas, y hay momentos en los que uno desearía que se profundizara más en ciertos aspectos, en lugar de simplemente sugerirlos.
Visualmente, la película es un festín para los amantes de la fotografía cinematográfica. Phedon Papamichael, el director de fotografía, utiliza una paleta de colores apagados que evoca la sensación de los años 60 sin caer en una recreación excesivamente estilizada. Hay un esfuerzo claro por hacer que la película luzca como un documental de la época, con cámaras en mano, encuadres cerrados y un uso deliberado del grano fílmico para darle textura. Esto refuerza la sensación de inmediatez y hace que el público se sienta como un testigo más de este momento crucial en la vida del músico.
La música, como era de esperarse, es el corazón de la película. Las interpretaciones en vivo son electrizantes y logran transmitir el impacto que debieron haber tenido en su momento. Sin embargo, lo más interesante es cómo se usan estas canciones dentro de la narrativa. No son simplemente insertadas como números musicales, sino que sirven como ventanas al estado mental de Dylan, a sus conflictos internos y a la lucha entre su arte y las expectativas del público. Es en estos momentos donde la película brilla con más fuerza, capturando la esencia de lo que significaba ser Dylan en esa época.
El reparto secundario también aporta solidez al filme. Edward Norton como Pete Seeger y Elle Fanning como Joan Baez entregan interpretaciones convincentes, aunque sus personajes no siempre reciben el desarrollo que merecen. Fanning, en particular, logra transmitir la complejidad de la relación entre Baez y Dylan, aunque uno desearía ver más de su perspectiva en la historia. El filme se centra tanto en Dylan que a veces olvida que estos personajes también fueron fundamentales en su evolución artística.
Uno de los temas más interesantes que explora la película es el costo de la reinvención artística. Dylan no solo traicionó las expectativas de sus seguidores folk, sino que también se enfrentó a una industria musical que no sabía cómo manejar su constante transformación. La película logra capturar esa tensión de manera efectiva, especialmente en escenas donde el cantante enfrenta abucheos o preguntas insistentes de la prensa. Son estos momentos los que le dan peso emocional a la historia, recordándonos que la genialidad artística casi siempre viene acompañada de rechazo e incomprensión.
Sin embargo, el guion no siempre logra equilibrar bien estos conflictos con el desarrollo del personaje. A veces, Dylan se siente más como un símbolo que como un ser humano tangible. Se nos muestra su lucha contra la etiqueta de «portavoz de una generación», pero rara vez vemos los momentos de vulnerabilidad detrás de esa fachada. Esto puede hacer que la película se sienta un poco distante en ciertos tramos, como si nos invitara a observar a Dylan sin realmente permitirnos conocerlo.
James Mangold demuestra nuevamente su habilidad para dirigir películas biográficas, pero también deja en claro que prefiere centrarse en el mito más que en la psicología del personaje. Esto funcionó bien en Walk the Line, donde el arco emocional de Johnny Cash era más claro, pero con Dylan, un artista que siempre ha rechazado cualquier intento de definición, la estrategia no siempre da los mismos resultados. Hay una sensación de que la película respeta demasiado a su protagonista como para adentrarse en sus contradicciones más incómodas.
Dicho esto, la película tiene una energía contagiosa. Cuando Dylan está en el escenario, la cámara vibra con la intensidad de la música, y uno no puede evitar sentirse arrastrado por la electricidad del momento. Son estos instantes los que justifican plenamente la existencia del filme, los que hacen que valga la pena el viaje, incluso si en otros aspectos la película no logra profundizar tanto como podría.
En última instancia, Un completo desconocido es un biopic poco convencional que evita las trampas más obvias del género, pero que a veces se queda a medio camino en su exploración del personaje. Es visualmente impresionante, narrativamente ambiciosa y musicalmente vibrante, pero también un poco esquiva en lo emocional. Para los fanáticos de Dylan, será una experiencia fascinante; para aquellos que buscan una historia más íntima sobre el hombre detrás del mito, puede que deje algunos vacíos.
No es una película perfecta, pero sí una que respeta la naturaleza cambiante de su protagonista. Y en ese sentido, es un retrato fiel de Bob Dylan: enigmático, desafiante y siempre un completo desconocido.
CONCLUSIÓN
Un completo desconocido captura la esencia esquiva de Bob Dylan con una interpretación magnética de Timothée Chalamet y una dirección que apuesta por la poesía sobre la precisión, pero su narrativa fragmentada y su enfoque elusivo pueden dejar a algunos espectadores sintiéndose como meros transeúntes en una tormenta de mitos. Un viaje hipnótico por la reinvención de una leyenda que, como el propio Dylan, desafía ser encasillado.
Un completo desconocido llega a los cines el jueves 20 de febrero. Puedes ver el tráiler a continuación.